Sobre la admiración a los famosos y sobre Pencho
8 noviembre 2013
Bajaba por la Cuesta del Parador, camino de la biblioteca, absorto en el artículo de este mes.
– Voy a empezar contando la situación personal que me ha evocado el tema y luego pasaré a explicar que como siempre, las leyes de la gestión, son las mismas para la vida personal que para las organizaciones -pensaba mientras caminaba- y entonces, contaré la teoría de Covey de las “cuentas corrientes” que cada uno de nosotros tenemos en el otro… y que no siempre debemos pretender ganar en todas las transacciones, que debemos ver las relaciones y los negocios con una perspectiva a largo plazo que integre cada una de las minitransacciones diarias, que debemos invertir en las personas… -seguía estructurando el artículo en mi cabezota.
En esas iba cuando al dar la curva para meterme en Ginés de Paco y de Gea he visto un papel con mala pinta colgado en la puerta de la casa de los padres de mi amigo Fernando. Ayer murió en Madrid su tío Pencho, con 72 años.
Ya no voy a escribir este mes sobre la teoría de Covey.
Pocas veces en mi vida he sido seguidor de la gente “famosa”. A veces, en alguna conversación surge el nombre de Fulano de Tal, campeón de marathon, de Mengano de Pascual, famoso ultrafondista o de Federico de Maspallá, reconocido empresario. Qué queréis que os diga, no conozco a ninguno.
Normalmente mi atención no suele centrarse en las estrellas que producen titulares, en los que son protagonistas de impresionantes vídeos o en los que suben al podium (deportivo, académico o profesional), sino más bien en los que hay detrás.
Prefiero conocer la historia del último que ha cruzado la meta antes que la del primero.
También admiro a algunos famosos, claro -sobre todo a científicos-, pero suelo preferir tener como referente a personas con historias cercanas y sencillas (que no por no ser famosos, dejan de ser tan grandes como los famosos).
Una de las personas por las que desde hace años he sentido admiración es por Pencho. Si os digo la verdad nunca conversé con él. Algún saludo de vez en cuando. Lo cierto es que tampoco necesité una conversación profunda para olfatear la esencia de su persona. Hay un sexto sentido –inteligencia interpersonal lo llaman algunos- por el que a veces no necesitamos palabras para entender la substancia de las personas, solo necesitamos observarlas.
Lo veía andar de vez en cuando a ritmo de “relampagú” por la carretera de Murcia, alguna vez de madrugada, a punto de amanecer. En verano lo veía en el Poly: siempre recordaré su ritmo pausado de nado, largo va y largo viene, como a cámara lenta, transmitiendo esa paz y sosiego en cada brazada. Me gustaría aprender a nadar así -pensaba cada vez que le veía-. Y leía. Salía de la piscina y mientras esperaba, leía.
Según tengo entendido, era ingeniero industrial -de los buenos, de los de antes…; vivía en Madrid aunque viajaba a Cehegín con regularidad y pasaba allí buenas temporadas. Creo que estudió también la carrera de farmacia y estos últimos años había comenzado los estudios de teología -sí, con setenta años.
Se veía una persona sencilla, cercana, sana. Andaba, nadaba, leía, estudiaba. Y sobre todo, se veía una persona activa, sin un minuto qué perder, con la vista puesta siempre en el futuro y en el crecimiento personal.
Este verano le saludé varias veces. Observar sus ojos era recibir un mensaje mezcla de paz, bondad, inteligencia, tranquilidad, sosiego, juventud y experiencia…
Probablemente admiraba a Pencho porque reflejaba muy bien aquellos principios y valores -columnas que sostienen a las personas y sus relaciones- con los que me siento plenamente identificado. O tal vez, por la ecuación con la que había decidido enfrentar la vida.
Me gustaba pensar que Pencho era la encarnación del dicho: “una edad es la que tienes en el carnet y otra distinta la que marcan tus hábitos”.
Pencho y otras personas como él son las que entran en mi círculo de admiración. Ronaldo no.
PDTA: Y ahora te hablo directamente a ti, Pencho, y te digo que me has hecho una gran faena muriendo con 72 años. Pensaba que los que elegían tu fórmula de vida estaban abocados a largos años en este mundo. Tú te has ido demasiado pronto, echando por tierra mi hipótesis. ¿Cómo voy ahora a convencer a la gente para que viva en equilibrio y armonía si tú, uno de mis referentes en esta teoría, te has ido tan joven?. Me hubiese gustado observarte al menos hasta los 95 años.
Abrazos,
aabrilru
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